A problemas comunes, soluciones colectivas

Al final me decidí, los chicos con chaquetas de cuero eran guapos 

 

Una historia sobre crecer en los años 50 y 60 y pretender o creer ver mejor de lo que yo en la realidad podía ver

 
 

Nací con discapacidad visual. Mis padres lo notaron mientras yo pasaba la mano por el suelo y las murallas. Cuando tenía 7 años ellos me regalaron unas gafas que usé hasta los 17 años. En ese entonces, le tenía mucho miedo a la reacción de mis padres, ya que si mis anteojos se estropeaban había que viajar a Valparaíso o Santiago y luego encargaban los vidrios/cristales a otra parte. 

En quinto grado, era mejor que mis compañeros de la escuela. Me puse en contacto con ayuda de mi madre con la Ilustre Municipalidad de Viña del Mar para ver si había alguna ayuda para mis estudios.

Así fue como sucedió que tuvé mi primer reproductor de cintas, es una historia bastante divertida. En 1956, el Director de la Escuela me llamó y dijo que la esposa del Alcalde vendría a mi casa con una grabadora de regalo. Mamá limpió y horneó unos queques y unas empanadas. Puso la mesa con la porcelana más fina, íbamos vestidas con vestidos y el pelo rizado recuerdo. Cuando llegó la esposa del Alcalde, ella no parecía para nada arreglada. Su chofer estacionó el lindo auto afuera de nuestra casa. Nos pareció extraño que el chofer se quedara afuera y no le permitieran entrar para tomar café o té, después de todo, mi padre era un esforzado obrero panificador, y también fue chofer.

En la adolescencia, la vida empezó a complicarse. No vi si los chicos eran atractivos o no y tuve que creer lo que pensaban mis amigas. Fue terriblemente triste no tener una opinión propia. Pero al final me decidí que los chicos con chaquetas de cuero eran guapos. Siempre traté de fingir que veía mejor. Solía ​​acercarme a la pizarra en los recreos para escribir lo que había escrito el profesor. Con el tiempo me volví tan rápida escribiendo que podía escribir tan rápido como hablaba el profesor.

Con el tiempo el oftarmólogo (oculista) se interesó por mí, quería que probara un par de lentes nuevos, unas gafas grandes y de color café. Inmediatamente decidí que nunca en mi vida usaría esos anteojos tan feos, ya que todos se reirían de mi en la escuela.

En tercer año de enseñanza media, un profesor vino a buscar a su esposa, que dicho sea de paso, era profesora en mi escuela, él me vio, me observó detenidamente y corrió a hablar con el Director y me llamaron a la oficina. El profesor visitante habló de un niño de su establecimiento que veía muy mal. Pero el Rector dijo: "Tengo esta alumna que tiene un aspecto mucho peor que él". Me hicieron una prueba para determinar qué tan mala era mi visión. Siempre me dolía el cuello porque me sentaba inclinada sobre la mesa cuando escribía.

Más tarde conocí a una persona que tuvo un gran impacto en mi vida: Él vivió exactamente el tipo de vida que mi hermana mayor llevaba y que yo deseaba. Todo el mundo siempre había dicho que yo no podría seguir estudiando de la misma manera que mi hermana. Pero cuando conocí a Andrés, un jóven ciego, pensé: "¡Si él puede hacerlo, yo también puedo!". Andrés se convirtió en mi modelo a seguir cuando tenía 17 años. Me aconsejó desde el alma que aprendiera braille y usara un bastón blanco.

La escuela secundaria fue más fácil cuando aprendí braille. Mezclé la lectura con libros hablados, texto plano y Braille. Cuando estuve en Santiago con mi hermana, conocí a un profesor de ciegos que mi familia conocía. Y me consiguió con un amigo óptico unas gafas nuevas para que pudiera ver mejor.

En resumen me fui a Santiago y estudié historia para ser profesora. Historia era una materia divertida pero era imposible lograr que los profesores leyeran en voz alta desde el pizarrón. Le pregunté a una amiga en una oportunidad si podía tomar prestadas sus notas, pero ni siquiera me respondió ni tampoco lo permitío. Pero me encontré con una chica que tenía reumatismo. Ella se acercó a mí y me dijo: “No estás mirando el pizarrón, ¿verdad? Si traes papel para copias, puedo escribir una copia, así tendrás mis apuntes”. Ella se convirtió en mi mejor amiga y ahora también es la madrina de mis hijas y nos visitamos siempre. Yo le hacía recados a cambio de sus notas.

Yo nunca mencioné a nadie que veía mal porque quería arreglármelas sola. Un día un chico se me acercó y me dijo: "¡Creo que eres antipática!". No entendí en absoluto lo que quería decir y me sentí un poco herida. Él agregó "pienso que eres un poco extraña y diferente, luego descubrí que tenías problemas visuales y por eso no me saludas en la calle", y como broche de oro agregó: "eres muy bonita, inteligente y solidaria". Después de esa situación, nunca me he avergonzado de decirle al mundo que tengo discapacidad visual.

Me casé con ese chico que me llamó antipática y tenemos dos niñas. Un verano, cuando ellas eran pequeñas íbamos a recoger frutillas para hacer mermelada y jugo, le pregunté a mi hija menor si ya había recogido todas las frutillas y, en caso contrario, hazlo le ordené, recoge las últimas. Ella simplemente con su mano tierna, pequeña y tibia tomó mi mano y la llevó hacia donde habían frutillas y me dijo: "Aquí puedes recoger tú misma, tú puedes mamá ... Para mi sorpresa, mis hijas aceptaban y conocian mi discapacidad.